12 razones para amar el idioma más difícil (1ª parte)

​”El principal desafío al que se enfrenta todo español que sale de la órbita hispanohablante es la barrera lingüística. Si además aterriza en Hungría, el peaje es doble.” − reflexiones sobre la lengua húngara por Antonio Pérez-Hernández Durán, consejero cultural de la Embajada de España en Budapest.

Viajar fuera de España siempre conlleva el reto de poner a prueba nuestra capacidad de entender y aprender el o los idioma(s) del destino. En el caso de Hungría, el desafío se multiplica y todos los extranjeros -diplomáticos, estudiantes o expatriados- que vivimos aquí damos fe de ello, pero no por ello lo convierte en un reto menos atractivo. ¿Hay razones? Sí…

1.

¿A quién no le gusta el reto de aprender uno de los idiomas más difíciles de Europa? Si hubiera una discusión por decidir cual es el idioma más difícil de aprender, probablemente el húngaro estaría en la terna final. Motivos no faltan considerando sus 14 vocales, 31 consonantes (entre sencillas, dobles y combinadas)  y 4 tipos de tilde, o que es uno de los pocos idiomas no indoeuropeos que hay en la torre de Babel europea. Por no saber, no se sabe ni siquiera a ciencia cierta su procedencia aunque pertenezca a la familia de lenguas urálicas con el finés y el estonio pero sin compartir casi ni una palabra salvo algunas similitudes lingüísticas como por ejemplo kéz-kezi (mano) o hal-kala (pescado), en el caso del finés.

2.

La belleza está en su lógica. El húngaro es un idioma con una lógica asombrosa a la hora de formar palabras. Por citar algunos ejemplos: hermano (testvér) se traduce como “sangre del cuerpo”; una joya (ékszer) como “un instrumento de ornamentación”; el ordenador (számítógép) es literalmente la “máquina de cálculos complejos”; bicicleta (kerekpar) significa “un par de ruedas” mientras que las gafas (szemüveg) son “los cristales de ojos” y los pies (lábfej) son “la cabeza de las piernas”, una lógica aplastante.

3.

El lenguaje se adapta al interlocutor. No se saluda de la misma forma a un amigo (“szia” – hola) que a varios “sziasztok”, al igual que se usa un modo más formal con desconocidos (“jó napot kívánok” – les doy los buenos días) o con señoras de edad (“kezét csókolom” – le beso la mano). Eso sí, el género no existe en húngaro, todos iguales.

4.

Se pronuncia como se escribe. La lengua de Márai y Kertész tiene al menos dos ventajas: en términos generales, se pronuncia tal como se escribe y todas las palabras se acentúan en la primera sílaba. Es más, una de las primeras enseñanzas de todo osado estudiante de húngaro es que debe preservar la armonía de las vocales, una regla para estructurar las palabras de forma que suenen mejor. Eso es amor al idioma.

5.

¿El euskera, primo lejano del húngaro? Pocas palabras nos prestamos entre el español y el húngaro con un par de salvedades entre las que destaca “coche” que proviene del húngaro “kocsi” (kocsi significa procedente del pueblo de Kocs, en la comarca de Komárom-Esztergom, donde se inventó el carro ligero). Si acaso, el vasco tiene más éxito a la hora de buscar parecidos: ambos son idiomas aglutinantes y la formación del plural de las palabras se basa en añadir una “k” al final que, visto en la práctica, sería así: kocsi – kocsik / kotxe – kotxeak.

6.

Un idioma del que se enorgullecen sus hablantes como decía The Economist. Dicho de otro modo, uno se siente húngaro porque habla húngaro. El idioma ha sido de hecho el principal pegamento que ha sostenido la identidad de este país, un pequeño oasis magiar acorralado por eslavos y germanos. Es más, casi diría como apreciación personal que se cultiva un cierto cuidado del lenguaje cuyo mejor testimonio es la larga tradición literaria húngara.

El resto de razones, en la segunda parte.

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